1 de febrero de 2024
1 de febrero de 2024
Jésica Szyszlican nació en 1992 en Capital Federal. Es Licenciada y Profesora en Letras (UBA) y Técnica Superior en Pedagogía y Educación Social (ISTLyR). Hoy en día se desempeña como docente de Lengua y Literatura en escuelas primarias y secundarias. Desde que era muy chica buscó refugio en la escritura y asistió a diversos talleres literarios y de narración oral. Además de sus proyectos y artículos académicos en el campo de la educación, la lengua y la literatura, también publicó poemas, cuentos y crónicas en la Revista Chubasco en Primavera, en la Revista Devenir 111, en la página de Más Poesía y en Caudal Sedimento Literario, entre otros. En 2017 publicó su cuento «Azul de Riachuelo» en Las máscaras de la crueldad (Editorial Textos Intrusos), antología inspirada en el relato tradicional de Barbazul, y en 2021 ganó una mención especial por su cuento «Al calor del encierro» en el concurso «Escribir en tiempo de pandemia» organizado por la Universidad Nacional de Avellaneda. En 2022 el Centro Ana Frank seleccionó su poemario “Polonia está fría” como uno de los textos ganadores del 14º concurso literario “De Ana Frank a nuestros días” en la categoría de docentes. Desde el año pasado coordina talleres lúdicos de escritura creativa para adolescentes y adultxs. Su cuento “Desde el pasillo” salió en el cuarto número de Por el Camino de Puan, revista literaria de la carrera de Letras, UBA.
Podés leer «Desde el pasillo» en el cuarto número de la revista picando aquí.
Podés pispear sus redes:
La siguiente entrevista es gentileza de Belén González Johansen.
Tu relato retrata un fuerte choque generacional y de clase: adolescentes adinerados frente a un cuerpo docente de jóvenes adultos. Si bien uno podría pensar que no se llevan tantos años los estudiantes con la profesora y la preceptora, hay una brecha insalvable entre ellos. ¿Cómo observás este fenómeno y por qué lo consideraste material para escribir ficción?
Como vos bien decís, quise trabajar esta contradicción que se da entre nuestro rol adulto en la escuela, con la responsabilidad que tenemos de cuidar a las infancias y adolescencias, y las diferencias sociales y culturales con estxs mismxs alumnxs que muchas veces termina impactando en el vínculo que podemos construir. No hay educación sin implicación, entramos a la escuela con todo lo que somos, nuestra historia, nuestros miedos y situaciones particulares, nuestra ideología. Muchas veces he hablado con compañerxs sobre el rechazo que nos generan ciertxs pibxs, o sus familias, con las que debemos relacionarnos. Un rechazo que tiene que ver, en general, con una diferencia de clase, otros valores, otra cosmovisión. Incluso ha pasado de pibxs que le llegaron a decir a algún docente, para desautorizarlo, “igual yo te pago el sueldo”. A la vez, como educadora intento pensar “pero es chicx, todavía puede cambiar” o “tengo que laburar el rechazo que me produce este pibx” o “quizá yo pueda mostrarle otra perspectiva”. Más allá de eso, la responsabilidad pedagógica nunca deja de estar. Pero se da esta contradicción, sobre todo, en la escuela privada, donde la educación, en vez de ser un derecho, se vuelve un negocio, un servicio que ofrece una “empresa” a quienes pueden pagarlo. Y lxs docentes pasamos a formar parte, inevitablemente, de esta lógica clientelar.
Este choque tiene lugar, fundamentalmente, en el espacio de la escuela. ¿Este cuento parte de tu experiencia como docente? ¿Cómo impacta la docencia o el trabajo en el ámbito escolar en los procesos de escritura?
Sí, este texto parte de mi experiencia como asistente pedagógica, el mismo rol de la protagonista, aunque obviamente, no me pasó ninguna situación así. Hoy en día ya me desempeño como profesora, pero creo que el rol de asistente/preceptora, que implicaba estar todo el día en la escuela resolviendo emergentes, me dio otra perspectiva.
Encuentro que la docencia, y la escuela como espacio, son muy ricas para trabajar desde la escritura. Quizá porque en este poner palabras (sea con un relato ficcional, un poema o un registro narrativo) puedo trabajar mis contradicciones, preguntas e inseguridades, para desarrollar mi rol cada vez mejor. También, porque hoy cualquiera cree que puede opinar de la escuela, pero es un mundo complejísimo y toma sentidos muy diversos. Las expectativas sociales y de las familias, con sus propios conflictos, lxs chicxs con sus particularidades, la disputa política por los contenidos curriculares, lxs docentes agobiadxs, poco reconocidxs, el cansancio de sostener una rutina muchas veces insostenible… Y sin embargo, se dan algunos momentos mágicos: vínculos cargados de ternura, la sorpresa por lo “nuevo” que aparece en el aprendizaje, o palabras que impactan en los sujetos para siempre.
Las redes sociales, en tu relato, funcionan como una suerte de ventana a través de la que los adultos se asoman a un mundo diferente, acaso prohibido: el de adolescentes adinerados, «chetos». En ese sentido, la narración da cuenta también de la naturaleza voyeurista de las redes sociales. ¿Por qué tomás la decisión de relatar esta historia a partir de la visión de una tercera persona que observa sin participar?
Siento vértigo cuando pienso en lo rápido que las tecnologías y las redes sociales van avanzando y “tomando” parte de nuestra realidad. Si bien no me separan tantos años de las nuevas generaciones, y también viví, en mi adolescencia, algo de redes sociales, al menos de forma incipiente, soy consciente de que existe una brecha enorme: ellxs se apropian de la virtualidad de una manera mucho más natural. Y de golpe, cosas que para mí eran solo distopías, hablando con ellxs, ya no me parecen tan improbables. Por un lado, las redes sociales permiten la circulación de información novedosa, la creación de colectivos diversos, la fluidez de las identidades, pero, por otro, vuelven nuestra existencia cada vez más dependiente de la mirada externa. Es la idea de “extimidad” que mencionan algunxs teóricxs: la intimidad vuelta espectáculo. A su vez, el anonimato y la rápida difusión permiten niveles de violencia e impunidad intolerables. Creo que quise plasmar algo de esta visión contradictoria: la protagonista se siente atraída por la intimidad de sus alumnxs, pero se ve aterrada por la violencia de la que son capaces. Una violencia que se da tanto de forma física como virtual (una inseparable de la otra), y de la que, aún sin quererlo, aún solo observando, ella se vuelve cómplice, justamente, por su participación en esas redes.
Por último, no quería dejar de preguntarte sobre tus elecciones estilísticas. Observo en tu relato un efecto de tiempo distorsionado, imitando cómo uno se pierde en el celular y queda en un estado de suspensión, de horas que se nos pasan volando. ¿Afecta este mundo virtual de estímulos y aceleración a tu proceso de escritura? ¿Es un efecto de imitación o la marca de una generación signada por la conectividad?
Busqué imitar algo de la inmediatez y aceleración de las redes para contrastarlo con el otro tiempo, el de la escuela: uno de rutinas, de trabajo, de escucha, reflexión y paciencia. Uno donde está permitido el error, el desafío, la dificultad y la práctica. Un tiempo lento, podríamos decir. La protagonista se siente “tironeada” por el tiempo rápido de la juventud y las redes frente a un tiempo institucional que le exige otra cosa, asumir una responsabilidad. Ve que las imágenes, los emojis y los mensajes se precipitan fugazmente. Es un ritmo que la supera, al punto de que se le va de las manos y se vuelve algo imposible de detener. Pero no solo a ella, o a la profesora: a toda la institución escolar. Y podríamos ir más lejos: el mundo virtual, sobre todo después de la pandemia, distorsiona nuestra percepción del tiempo y nos hace repensar todo, desde el horario tradicional de trabajo de ocho horas, de lunes a viernes, hasta la forma en que nos conectamos con la lectura y la escritura. Yo misma me reconozco, después de la pandemia, con una capacidad de concentración mucho menor. Por eso, también creo que mi escritura no está exenta de estos efectos de la conectividad.