17 de abril de 2024
17 de abril de 2024
Cuando egresé de mi primera carrera (Edición) la única experiencia que tenía era la de mi pasantía. Cuando egresé de mi segunda carrera (Letras) la única experiencia que tenía era la de las prácticas para el profesorado.
Me acuerdo patente de cuando fuimos con la escuela a una exposición de universidades y, entre todos los banners con diseños llamativos, la UBA tenía un tipo sentado en un banquito de secundaria, como si el prestigio fuera todo lo suficiente que la plata no. En ese momento había escuchado que la carrera de Letras no formaba escritores sino lectores y, viendo amenazado mi sueño de ser el próximo Sábato, le pregunté “¿es cierto qué…?”. No me dijo mucho más que “no” y me convenció. Que por mandato familiar y económico fuera la UBA mi única opción también ayudó.
Durante la carrera alguien te puede aconsejar que sigas escribiendo, y es un buen consejo, pero la inercia que te lleva a sentir que siempre estás atrasado con las lecturas es muy fuerte como para tomarte ese tiempo: Al terminar la carrera me saqué una foto con todos mis apuntes y tenían casi mis 1,73 de altura. De escritura creativa, quizá pudiéramos hablar de algo por encima de mi tobillo.
Mi idea cuando entré a mi primera carrera era hacerla toda sin trabajar, conseguir trabajo de “eso” y hacer la segunda más tranquilo, mientras trabajaba. Tenía diecisiete años y parecía un buen plan: el plan de estudios de Edición, de solo tres años y medio, con el que terminaría a los veintiuno y luego podría hacer la carrera que realmente quería con tiempo, integrando el caudal de información, sustentándome a mí mismo con algo lo más cercano posible a mi futura profesión y que, creía yo, me ayudaría cuando fuera escritor.
Nada fue como lo imaginaba. La carrera sí la terminé a los veintiuno. Sí busqué trabajo. Pero decir que las opciones eran “limitadas” sería un eufemismo. Si bien podría haber tenido más sentido común que ir directamente a Planeta o Sudamericana para dejar mi curriculum y terminar conformándome con un trabajo de venta de cursos de informática en San Miguel, no es menos cierto que tener una guía en esos tiempos me hubiera ayudado a encontrar esa pequeña editorial que me diera confianza y me hiciera perder el miedo a la nada después de mi último final.
El momento de quiebre, así como está planteado el programa de Edición, debió haber sido la pasantía. En esa época todavía no sabía, de haber podido elegir, cuál sería el mejor trabajo para empezar. Sabía que me gustaba la edición en sí, que mi sueño sería ser un director editorial pero cómo debería ser el camino para llegar a ello es algo de lo que no tenía idea. Es por eso que me parecía que mi mejor opción sería hacer un poco de todo, probar, y para eso estaban las pequeñas editoriales. En cambio, fui convencido de ir a Aique. No supe decir que no. Y durante esos dos meses saqué libros de cajas, los clasifiqué; transcribí y tabulé La flecha negra, de Stevenson, hasta recogí papeles para reciclar.
La gente estaba trabajando, lo entiendo, nadie estaba ahí para enseñarme pero tener obligaciones en las que al menos oblicuamente pudiera equivocarme y aprender de mis errores creo que hubiera sido muy valioso.
Durante el periodo de mi pasantía estaba haciendo un seminario con Diana Paris. Ya había hecho el único seminario requerido por el plan de estudios así que esta fue la única instancia de la carrera en que me desvié de lo solicitado: me di un gusto. Pero pronto me daría cuenta de que Diana no solo era alguien de peso en la industria sino que tenía muchos contactos. Habiendo creado una buena relación con ella, al terminar la cursada me dijo que la esperara unos diez días y me avisaría de enterarse de alguna vacante con un conocido o, al menos, una entrevista. Estaba tan seguro de que así funcionaría, me parecía perfecto. Luego de los diez días, no estaba tan seguro. Finalmente creo que le escribí un mail y acordó que nos viéramos, solo para decirme que no había nada por el momento.
Dada mi errada, errada idea de no trabajar durante la carrera, cuando no obtuve un empleo inmediatamente al terminarla la presión aumentó. Diariamente iba a las casas matrices de las editoriales y no sabía cómo evitar que me atendieran en recepción o, aun peor, un empleado de seguridad. Mandaba mails y era como gritar al vacío, ya que rara vez obtenía incluso la mínima formalidad del acuse de recibo. Después de medio año de eso es que entré a la venta de cursos.
Tuve dos entrevistas en el intermedio: en La Ley y Errepar. Nunca tuve mucho interés por las editoriales jurídicas. La primera no diría que fue desastrosa pero al menos algo me lleva a sopesarlo. La segunda fue considerablemente mejor aun cuando estuviera o me hicieran sentir que obtener el trabajo estuviera fuera de mi alcance. La falta de experiencia, siempre la falta de experiencia. Hay gente que dice que necesitás al menos diez entrevistas para sentirte cómodo, saber qué responder y que siempre va a haber una siguiente. Yo solo tuve esas dos.
Al concluir Letras, en el 2018, la historia había cambiado un poco: hace cuatro años que venía trabajando en el Colegio de Abogados de San Martín y eso me daba (me da) aire para buscar el empleo que realmente quería (quiero). Pero ese aire es engañoso: es cómodo, excesivamente precavido por la continua crisis económica argentina; es un aire que conlleva renunciar a cosas que hace cinco años no necesitaba y ahora son costumbre para ni siquiera empezar de nuevo, sino empezar de una buena vez. En el trabajo me dicen “vos que sos editor” y lo que seguramente viene después es “¿esta palabra va con mayúscula?”. Salvo al principio, que se editaba una revista llamada La Toga, o anualmente, cuando se presenta la memoria de lo realizado durante el año anterior, mis dominios como editor son reducidos a los de un corrector. Como Licenciado en Letras se reducen a responder “¿qué hace un Licenciado en Letras?”.
Todo sigue dándome la sensación de que no estoy preparado y, mientras gano experiencia haciendo algo que no tiene nada que ver con ninguna de esas dos carreras, cada vez me siento menos preparado.
La mejor opción (no siempre posible, lo sé) es trabajar mientras estudias, trabajar mientras estudias aunque te tome más tiempo la carrera, aunque sea en la escala más baja. Pero que sea de líneas que llenen tu CV, no de centenas de asistencias a cursos o congresos, sino de lo que le interesa a un empleador: que tuviste experiencias, que sabés de lo que hablás porque ya lo hiciste o, al menos, estuviste donde se hacía, que te metiste.
Porque hay algo que no te da la facultad, que nunca te lo va a dar, al menos no la de Filosofía y Letras, al menos no en este tipo de carreras, y eso es un camino unívoco. Contra lo que cada compañero o profesor te pueda aconsejar por su propia experiencia, contra planes de adscripciones que si no te apasionan pueden sentirse como una materia más, también contra la pasividad que te inculca ser un espectador de clases y clases, uno tiene tanto que hacerse como elegir ese camino. Todo en un mundo, el de la literatura, que es tan amplio pero a la vez tan, tan reducido.
Alejandro Mársico nació en Capital Federal, Argentina en 1990. Es editor, licenciado y profesor en Letras por la Universidad de Buenos Aires.