20 de marzo de 2024

20 de marzo de 2024

Voy a necesitar que te quedes quieta un rato, ¿sí? No vas a sentir nada, no te va a doler. Es un pinchacito y listo, cuando te despiertes, va a ser otra cosa. Dejá de resistirte, por favor, no me la hagas más difícil. No te das cuenta ahora pero esto es por tu bien, así que cortala. Ahí está, listo, ¿viste? No era tan complicado. 

Sabrina se puso manos a la obra. Tomó el bisturí y paulatinamente trazó una línea roja sobre el vientre de su amiga, un tajo limpio y preciso que dividía la panza suave y pálida en dos labios de piel elástica que se arrugaban conforme el paso del filo. Una gota gorda de sudor empezó a formarse en la naciente del pelo de Sabrina: estaba nerviosa, era un trabajo muy delicado. La amiga sangraba mucho, debía interrumpirse constantemente para limpiar la incisión. En un momento se formó un coágulo enorme a la altura del ombligo que le restringía la visión. Sin embargo, recordó con orgullo que esa misma intervención se la había realizado a ella misma, naturalmente sin anestesia. Una cicatriz ofidia y blancuzca en relieve se lo recordaba. 

La intervención a la amiga distaba de ser sencilla: había mucha porquería adentro. Sabrina no recordaba haber encontrado tanta basura adentro suyo. Utilizaba una pinza esta vez, pero cuando se abrió a sí misma, le resultó más fácil meter directamente los dedos. Se había revuelto las entrañas, guiada por la imagen que le devolvía su espejo. Iba depositando lo que extirpaba sobre un platito metálico, brillante y frío que, a medida que se llenaba, se volvía rojo y negro. Se limpió el sudor de la frente con el pliegue del codo, agotada y, sin embargo, entusiasmada por el postoperatorio. 

En realidad, Sabrina era escultora. Contaba con la prolijidad y el tacto para el trabajo manual, pero no tenía ningún conocimiento sobre cirugías. Simplemente un día comenzó un trabajo introspectivo y descubrió que el mundo acelerado de la ciudad le dejaba un bulto de experiencias acumuladas, sin procesar. Creyó, al principio, que con pensar, escribir y soñar aquellos recuerdos podría superarlos, pero la sospecha de que estaban arraigados en un nivel mucho más hondo la sobrevenía cada tanto. Pasaba el tiempo y seguía sintiendo la pesadez en la panza cuando recordaba el día en que se emborracharon con las chicas y ella se olvidó de una de sus amigas. La dejó sola en una fiesta y la chica perdió la conciencia, y se despertó en la cama de un tipo desconocido al mediodía siguiente. No se dio cuenta repentinamente como Arquímedes, fue más bien una idea que se fue esclareciendo poco a poco y se desenvolvía con cada vídeo de cirugía que veía en internet y cada dolor de vientre. 

Vació a la amiga de sus males y cosió la hendidura con diligencia, valiéndose de la última reserva de energía que le quedaba. Estaba exhausta, pero aliviada por el éxito de la operación. Mientras la amiga seguía descansando, Sabrina arrojó el material quirúrgico utilizado y los bultos oscuros de dolor biográfico al contenedor de basura. Se dio una ducha rápida y procedió a sentarse junto a la amiga: en cualquier momento se despertaría. Desde su sueño inducido de farmacia, la amiga ya empezaba a irradiar una paz que la volvía irreconocible, como si nunca más quisiera hablar con su ex. 

Crédito de la imagen: Camila González Johansen @shojansen

Licenciada en Letras. Burócrata. Docente. Escritora.