27 de marzo de 2025
27 de marzo de 2025

El 23 de octubre de 2003 se estrenaba Los Rubios, un documental que cambió la manera de abordar el problema del terrorismo de Estado desde ese momento y para siempre: planteó que había otras formas de representación, otras sensibilidades y otras narrativas posibles sobre el pasado, la violencia y la memoria. Sin embargo, al poco tiempo, generó muchas polémicas en el campo intelectual que reaccionó con cuestionamientos acerca del dispositivo cinematográfico.
El documental focaliza en la historia familiar, personal y, en cierto punto, en el comienzo de la vida profesional de Albertina Carri, su directora. En su recorrido por entender la vida militante y el final de Roberto Carri y Ana María Caruzo, su padre y su madre, reconstruye con lo que hay. Para interpretarse a sí misma, Albertina elige a la actriz Analía Couceyro, rompiendo de entrada un código realista, verídico, del género; elección que le valió un cuestionamiento. Otro de los recursos problematizados fue el de llevar a escena el secuestro de sus padres con playmobiles y mediante una abducción ovni. Finalmente, la escena de cierre de la película también fue un tema de debate. En ella, el equipo técnico y elenco se alejaban de espaldas a la cámara por un camino de campo usando pelucas rubias, un gesto que se relaciona con el nombre y con una anécdota central del film. ¿Por qué el doble extrañamiento? ¿Por qué ejercer presión irónica sobre la rubiedad? ¿Qué podían significar para la crítica estos juegos y recorridos novedosos sobre un tema oficial, solemne, como lo era la dictadura?
Hoy son muchas las producciones artísticas que trabajan otros aspectos, antes impensados, sobre el tema. Nicolás Prividera, en el 2007, estrenaba M. Un documental sobre el enojo producto del laberinto burocrático estatal al que tenía que someterse para saber algo sobre la trayectoria de militancia de su madre, sobre su secuestro, asesinato y paradero del cuerpo. En el 2010, Mariana Eva Pérez escribía en su blog Diario de una princesa montonera sueños, anhelos, pesadillas con el Tigre Acosta, encuentros con otros “hijis” (como ella llamaba a otros hijos de desaparecidos) y todos los yeites y clichés de la militancia en derechos humanos, ofreciendo un punto de vista con humor e ironía sobre el tema tabú oficial. En el 2023, presentó ANTIVISTA. Formas de entrar y salir de la ESMA: un recorrido performático y alternativo por ese espacio de tortura, secuestro, violación y muerte; una obra que se transformó en un ritual colectivo, en un encuentro con fantasmas propios y de todos. En 2012, Sebastián Hacher acompañaba en la búsqueda de Mariana Corral sobre la desaparición de su padre en Cómo enterrar a un padre desaparecido (2012). Para promocionar el libro, lanzaron un pequeño corto en donde se mostraba un ritual funerario en un cementerio que iniciaba con la siguiente pregunta: ¿se puede despedir a un padre sin cuerpo? Allí había un mantel, una especie de picnic con frutas, confites, fragmentos de una carta familiar y otra serie de elementos orgánicos, vitales, junto a una banda de sikuris.
Albertina Carri, de alguna forma, inició esta serie que continúa abierta que agregó capas de sentidos, focalizaciones en líneas de pensamiento en fuga que echó raíces en otras sensibilidades. Podríamos sumar, Cuarto Intermedio: guía práctica para juicios de lesa humanidad de Félix Bruzzone y Mónica Zweig una obra que, actualmente en cartelera, busca mostrarle al público cómo funciona efectivamente la justicia o bien La Memoria Futura de Luciana Mastromauro y Eugenia Pérez Tomas en donde se realiza un recorrido por el Parque de la Memoria con las voces y relatos pertenecientes al Archivo Biográfico Familiar de las Abuelas de Plaza de Mayo. Ahora bien, ¿qué pasó para que podamos recibir y aceptar la recursividad de un tema solemne e inabarcable por la amplitud de aristas que atraviesa? Volvamos a la polémica para ver dónde empezó todo esto.
En el 2004 se publicaron dos artículos en Punto de Vista, la revista dirigida por Beatriz Sarlo. Uno de ellos era de Martín Kohan y criticaba una serie de aspectos del documental; el otro era de Cecilia Macón y salía a “pelearse” con él. Gran tema en disputa: el asunto de la rubiedad. En la peli, Albertina, Analía, camarógrafo y equipo de producción visitaban la casa en donde habían sido secuestrados Ana María Caruzo y Roberto Carri. La dueña de ese momento, la reconoce pero dice y se desdice: que no se acuerda de nada y que es una persona tranquila que no quiere problemas. La vecina de al lado también los recuerda, como a una familia de rubios, incluidas las dos nenas. Su testimonio espontáneo sugiere que en su memoria esa familia se grabó así, como extranjeros, de una clase preferente, los otros en ese barrio. Kohan en “Una apariencia celebrada” relacionaba ese momento con el título y con la escena de las pelucas y analizaba que el atribuirse la rubiedad desde la realización era un error y un acierto (irónico) porque daba cuenta del “fracaso político y la perdición social” de los padres de Albertina en su proyecto militante. Según el autor, el documental trabajaba con las apariencias, suplantando cosas por otras e imprimiendo una capa de levedad sobre todos los asuntos importantes. Como por ejemplo, la representación del secuestro con playmobiles y ovnis que, en definitiva, configuraba un punto de vista infantil que despolitizaba el momento de mayor violencia y angustia y le quitaba el carácter real.
Lo más interesante de la reacción de Kohan en Punto de Vista era ver cómo ingresaba la niñez a la discusión. Lo que para Kohan era una flaqueza, para Gonzalo Aguilar resultaba un acierto. En el 2006, Aguilar publicó un artículo en donde centraba su lectura en la relación entre la niñez, la política (la actividad de las organizaciones armadas y la vida cotidiana) y la represión presente en el film. La frivolidad y la liviandad criticadas previamente ahora eran reivindicadas en clave de juego y se consideraba a la diversión y la distracción como herramientas, como nuevas formas de hacer política y memoria que problematizaban la relación entre padres/madres e hijos en la militancia. El autor también observaba que ahí estaba el semillero de la rebeldía del presente: hacer las cosas diferente, hacer desde la diferencia. Aguilar nos recordaba que los crímenes de lesa humanidad cometidos contra los niños no prescribían y que la generación que estaba haciendo cine a finales de los 90 y principios del 2000 eran esos niños e hijos que habían sido víctimas del terrorismo de Estado, es decir, los reivindicaba como sujetos políticos y activos de la historia.
En una entrevista con María Moreno, Carri explicaba que no había querido incluir en la película las cartas que su madre les enviaba desde el cautiverio porque era algo muy privado y presentaba otra dimensión del tema que no era central. Sin embargo, en el pasaje de la realización audiovisual a la escritura, serán incluidas. El libro Los Rubios. Cartografía de una película se publicó en 2007, incluía el guion, traía entrevistas coordinadas por Fernando Martín Peña y estaba dividido en tres secciones: “Preproducción”, “Producción” y “Posproducción”. En este último capítulo, luego de una introducción, se encuentran las cartas en donde Ana María Caruzo les recomendaba libros, música y les daba consejos a sus hijas: “hagan una vida lo más normal posible dentro de la anormalidad”, o “pórtate bien”. Como María Moreno va a señalar después, esa “maternidad a distancia” se veía fijada en esos pequeños espacios construidos con la palabra.
Hay un artículo de Marta Vasallo “Militancia y transgresión” (2009) que se centra en la experiencia de las parejas militantes, sus relaciones sexo-afectivas y algunos ítems supuestamente pactados que, en la práctica, presentaban debilidades, como por ejemplo: la crianza compartida. El punto de conflicto para la condición femenina, propone la autora, eran los hijos, ya que recaía sobre las madres el peso de las tensiones entre la militancia y la maternidad. A fines de los 60 y durante los 70, era un clásico decir que las militantes eran “malas madres” o que abandonaban los hogares y sus familias a causa de su ideología. Son varias las experiencias de mujeres presas que buscaban mantener una comunicación con sus hijos a través de cartas desde el cautiverio. Carri había dejado afuera del documental las cartas, pero las retoma en el libro en donde, como al pasar, explica que tanto ella como sus hermanas habían intentado estudiar la carrera de la madre, Letras, pero ninguna había podido terminarla. Cabría preguntarse, entonces, si el pasaje del cine a la escritura no es lo que le permite ingresar en un terreno más cercano, afectivo, privado, que, de alguna forma, había quedado desechado a la hora de hacer la película, por decisión propia de la autora. Es más: ingresar al campo de la madre habilitaría ese acercamiento difícil, sino imposible, en ese espacio que pone en movimiento otros sentidos, por ejemplo, el de recuperar anhelos y temores de las mujeres militantes desde la perspectiva de las hijas. Aquello que Gonzalo Aguilar rescataba como central del documental, la perspectiva de la infancia que se veía reflejada en esas miniaturas, en la reivindicación de la fantasía y en el trabajo de la relación “filial” entre padres, madre e hijos, reaparece atravesado por otros nuevos aspectos.
Fantasmas, intimidad, deseo e infancias son algunos de los temas que se abren en este recorrido iniciado por Los Rubios y en su forma de romperlo todo. Los materiales de la historia, del presente y de la memoria están en el documental pero se escapan, con la mirada fresca e irreverente de la juventud, a los miedos tradicionales y a los anhelos de representatividad de otras generaciones. La dimensión de la infancia y del vínculo entre madre e hijas resulta fundamental para entender este movimiento que se produce en la cadena de significados: los niños y niñas no solo fueron víctimas porque los militares y su aparato represivo les sustrajeron su identidad, fueron sujetos y subjetividades afectadas directamente en el secuestro junto a sus familiares y en la convivencia con la falta de respuestas e información por parte del Estado. Hoy día, podemos sumar ítems mucho más explícitos, ya que, directamente, nos gobierna el enemigo.
En definitiva, la puesta en circulación de Los Rubios habilitó nuevas combinaciones entre partes y temas. Tiró un fósforo encendido al calor de las discusiones sobre el pasado, que inició una forma de debatir piezas en circulación, problemáticas, que muchas veces ofrecen resistencia en su permeabilidad. Continuar produciendo arte y crítica es la herramienta que tenemos para, frente a un vacío institucional y un pacto democrático casi roto, seguir intentando entender qué fue lo nos pasó y en qué parte del territorio están los que faltamos, escondidos entre familias e identidades que no les corresponden.

Florencia D’Antonio es licenciada en Letras y profesora. Hace más de diez años que se dedica a la gestión, producción y comunicación cultural. Además enseña Lengua y Literatura en la escuela secundaria y ha dado talleres de escritura en contextos de encierro y en centros de habilitación. Team Viñas. Nada sin un mate primero.