30 de enero de 2025
30 de enero de 2025

Curabichera, Luis Mey. La crujía, 2024.
La última novela del escritor argentino Luis Mey lleva el nombre de una pócima popular que cura la carne lastimada. Sin embargo, la historia que cuenta es sobre heridas que supuran desde la infancia de los personajes —especialmente del Tano, el protagonista y narrador— y se desangran en un presente atribulado.
La narración se instala en un locus ya transitado por las letras nacionales, el conurbano bonaerense. La cartografía ficcional marca el pulso del relato y se bifurca en dos zonas. Una es Villa Rosa, cuando aún era un resto rural del partido de Pilar. Allí vive la abuela del Tano, “que era cazadora y le entraba a todo lo que caminara en cuatro patas”. Ese campo que se disuelve en la ciudad es la tierra de la supervivencia: hay que aprender a matar aquello que se puede comer.
El otro lugar es la localidad de Florida, donde la General Paz se encuentra con la Panamericana. Zona de frontera, de cruce y de la muerte moderna: el accidente de tránsito. “Toda la gama de choques había pasado por nuestros ojos”, dice el narrador. Los autos, los camiones, las motos asedian a los vecinos que reposan en las veredas mientras toman mate. Un día hay un accidente famoso: un colectivo de la línea 60 mata a veintiocho personas, entre ellas, al padre del protagonista.
Las geografías y las temporalidades se superponen: el Tano, recién salido de la adolescencia, se va de “esa curva mortal” rumbo a la ciudad de Buenos Aires, se aleja de todos los que lo vieron crecer y se vuelve escritor. Ante la pérdida de toda su familia, que es también una herencia de patrimonio, debe retornar. La casa familiar se mantiene intacta en su miseria y a ella solo llegan los ruidos de la autopista, que muchas veces coinciden con el sonido de la muerte. El Tano intenta vivir como un recienvenido: no anuncia su llegada, no saluda a nadie, prefiere no hablar. Escribe en silencio y a veces escucha la radio, con la compañía de una familia de ratas que se han establecido en su patio y a quienes quiere entrenar como pequeñas criaturas circenses.
A pesar de que actúe como un hombre invisible, el barrio, un monstruo con sus fauces abiertas, lo ha estado esperando: sus viejos vecinos, que recuerda como niños traviesos, ahora han crecido y son decididamente malos. Llevan adelante una improvisada banda local, que poco a poco toma la forma de una mafia organizada. Han leído los libros del Tano y pretenden de él dos cosas: que cuente una historia heroica sobre ese rincón perdido de Vicente López y que preste su sótano para guardar objetos secretos, que tienen el contorno de cuerpos amordazados. De pronto, el peligro lo acecha por todas partes y las enseñanzas de su abuela sobre cómo matar se vuelven el único camino para seguir existiendo. Mientras sobrevive, sigue escribiendo casi a oscuras en su salita silenciosa, donde a veces irrumpe un grito de terror humano o el chillido amenazante de una rata, que tal vez ha aprendido demasiado.

Silvana Abal es licenciada y profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente, está cursando sus estudios de doctorado, orientados al análisis de narrativas bolivianas contemporáneas desde una perspectiva feminista. Se desempeña como docente en el nivel secundario y en la Universidad Nacional de General Sarmiento. Es una de las editoras de la revista Por el Camino de Puan.