28 de marzo de 2024

28 de marzo de 2024

Fernanda García Lao nació en la provincia de Mendoza, pero su familia emigró a España durante la dictadura. Con casi treinta mudanzas encima, actualmente vive en Barcelona. Desde niña le interesó el lenguaje. Inició su trayectoria artística en el teatro y fue con su novela Muerta de hambre (2004), premiada por el Fondo Nacional de las Artes, que ingresó oficialmente al mundo literario. Desde entonces, ha publicado novelas, cuentos y poesía. Durante 2022, Sulfuro y Autobiografía con objetos fueron publicados simultáneamente en Argentina y España. Fernanda García Lao, además, participó en la sección “Cómo escribí” del número 4 de nuestra revista, donde comparte la trastienda de la escritura de su novela La perfecta otra cosa (2007). 

En esta charla a la distancia, nos cuenta sobre su relación con la escritura a lo largo de su carrera, así como sus hábitos como lectora y su experiencia dictando talleres. 

¿Cuál fue tu primer acercamiento a la lectura? 

En casa había una gran cantidad de libros. Pero tener biblioteca no me bastaba, yo quería leer el mundo. Qué fastidio ser analfabeta. Me intrigaban las palabras en la calle. La escritura de la ciudad. Todo tenía nombre y yo no lo sabía. Luego mi familia, tan hipnotizada, cada cual en su lectura, y yo afuera. Se conversaba en la mesa de un modo exaltado y mi padre nos editaba en vivo a mis hermanas y a mí. “Busque otro sinónimo”, decía, cuando utilizábamos el mismo verbo dos veces. “Piense otro argumento”. Se hablaba de política, de religión, de arte. Pero, sobre todo, de lenguaje. Muy pronto, en cuanto supe, empecé a leer lo que me daba miedo o me hacía llorar. Historias con huérfanas a la intemperie o niños solos. Disfrutaba también de los seres fantásticos, los giros inesperados, en fin, la extravagancia. Esto se lo debo a mi madre, el uso de la metáfora. El lenguaje informativo y plano no era para mí. 

¿Cómo surgió tu relación con la escritura?

Antes de escribir, practicaba el relato oral: me encerraba en el baño a inventar historias. Me la pasaba haciendo frases. Más tarde comencé a improvisar garabatos con pretensión de lenguaje. Mi padre se encontró con algunos de mis firuletes en los márgenes de sus libros y decidió proveerme de papel. Llenaba cuartillas a lo loco. Me parecía que si el alfabeto era inentendible para mí, aquello podía ser válido. A los doce escribí un cuento y gané un premio. Vivía en Madrid por aquel entonces y me pasé una semana rodeada de niñas de varias nacionalidades en un hotel. Aquel invento fue el Congreso Internacional de Niños. Y no es un cuento de Aira. Pero no pensaba en ser escritora. Yo hacía. La escritura fue siempre un acto vital para mí. Físico. La narrativa tradicional me parecía un cúmulo de normas, de indicaciones interminables. Sin concisión o irreverencia no me interesaba leer. Necesitaba, locura y velocidad. A eso de los 14 años, caí rendida frente a Beckett, Ionesco y cualquier texto surrealista. Enseguida, Jean Genet, Gombrowicz y Pizarnik. La poesía experimental era música oscura que deseaba cultivar. Que sonara raro y tuviera una forma nueva, eso quería. Mis primeros textos fueron piezas breves, muy teatrales. Relatos cortos que parecían didascalias. Los decía en el grabador de reportera de mi madre. La oralidad del lenguaje era vital. Con la vista no alcanza. Hay que sonar. Luego los escribía a máquina y los mudaba conmigo, de casa en casa. Los llamaba mis papeles. Dejé novios, ropa, zapatos, fotos. Mis papeles no. Eran lo único indispensable. Una prótesis de mí.

¿Qué significa para vos hoy la literatura? 

La literatura es mi vida. La experiencia vital, emocional e intelectual se traduce en textos, no sé vivir si no escribo. O sea, sí sé vivir, pero rapiño. A veces en el momento mismo en que se produce el asunto, otras sencillamente sé que en algún momento aquello se va a convertir en un libro, en un párrafo, en una línea, en una idea que convivirá con experiencias ficticias. Cuando no estoy escribiendo, estoy leyendo o dando taller. 

Tenés una fuerte formación en teatro. ¿Cómo llegás desde la experiencia teatral a un libro como Muerta de hambre? ¿Qué hay de esa experiencia teatral en tu escritura? 

El teatro es mi fuente primera. Fui la María Bernabé de Muerta de hambre desde un cuerpo de goma espuma, ensayando el personaje para interpretarlo. Al sacarme ese cuerpo, que pesaba mucho, escribí tan poseída por la sensación de ser ella que su vida parecía mía. Vino dictada por un sector inconsciente. Asociando, me puse cada personaje en la boca, sabía quiénes eran por instinto. Luego les pensé el alrededor, una familia, un dolor, un tiempo. Y la puesta en página. Pienso como directora de escena el traslado gráfico de lo que escribo. Cuánto aire dejo, qué forma tendrá la parrafada. Lo planto como si fuera una miniatura, una maqueta. Con la práctica de la escritura, he comenzado a prescindir del artificio original. Ya no pienso en términos de personaje sino de voz. Dejo abierto el canal. Solo tengo que surcarlo. Trabajo con mucha lógica el dislate. Hay un doble gesto siempre de razón y su pérdida. 

¿Cómo es tu proceso creativo? 

La trama no la sé ni me importa, pero antes de empezar tengo claras las cosas en cuanto a la forma. O me pregunto por ella. No es algo que me ocurra por el camino. Puede sonar conceptual, pero en general demarco el límite estético. Eso implica que si escribo poesía sé que voy a desnaturalizar el sentido lírico del objeto, le voy a preguntar por asuntos que me inquietan en ese terreno específico. El campo de interrogación es distinto en cada formato. No sé hacia dónde voy, pero sé en qué voy. Subida a qué maquinaria. Muchas veces un texto surge en respuesta al inmediatamente anterior. Escrito o leído. En cuanto a los finales, sé que he terminado cuando no hay avance posible. El núcleo fue desplegado como una mancha que se extiende por una tela, ya no dispone de más tinta. Hay tela alrededor, pero está incontaminada. Esa limpieza contrasta con la tinta. La hace más visible. La ficción empieza antes de la primera frase, por eso no hay que escribirla. Y termina antes de desaparecer. Cuánto vas a continuar depende de tu necesidad. Mejor irse antes.

Escribiste dos libros en coautoría con Guillermo Saccomanno. ¿Qué sucede con el proceso creativo —más individual— cuando se escribe a cuatro manos? ¿Qué significó esa experiencia para vos como escritora?

Cada libro supuso una experiencia distinta. En el primero nos estábamos midiendo. Quién era más osado, hasta dónde podíamos llegar. Era una ficción, pero también una prueba de seducción nada ingenua. Los que vienen de la noche está más cerca de lo que escribo. Cada cual creaba sus noches. Luego las edité y Guille se dejó. Fue muy abierto a mis sugerencias. Soy muy obse con las repeticiones, borro más de lo que escribo. Cuando ya estaban todas, las imprimimos. Las ordené sobre la cama, el piso. El día que fuimos a entregar el manuscrito, cruzando Av. Independencia, se me cayó el sobre y volaron las hojas por el pavimento. Las levantamos antes de que cambiara el semáforo y algo de ese azar fue conservado. Amor invertido, al ser novela, necesitó otra arquitectura, hubo que negociar. Es una novela de aventuras en clave erótica, un juego y una conversación en torno a cómo se escribe el deseo sin caer en la pacatería o la moralidad. El puntapié inicial fue de Guille. Él marcó el tono. En ambos libros hubo una entrega absoluta por parte de los dos, hicimos lo que nos dio la gana. Y nos reímos mucho. Fue muy gratificante, un acto de amor recíproco.

Los últimos libros que publicaste, Sulfuro Autobiografía con objetos, comparten el uso de la segunda persona. ¿Qué te llevó a utilizar la segunda persona para narrar dos libros diferentes entre sí? 

Amo la segunda persona. Ya la había usado en un cuento de Cómo usar un chuchillo: “Juicio final” y me había quedado con ganas de extremar el procedimiento. Sulfuro tenía que ser escrito así. La voz que narra y el cuerpo que lo sufre son una sola persona, una pregunta. En la locura, quién fantasmea a quién. La palabra y el cuerpo disociados. La alienación, cómo se dice. Quién la nombra. Escribirla fue organizar extremos. El libro es la fuga de las dos hacia una sola. En Autobiografía con objetos es todo lo contrario. Una premeditada ausencia del yo. Irse, narrar la vida como un inventario, hacer museo personal. Acumulación de pérdidas, sin nostalgia. Sin sensiblería. Detesto la ñoñez. Un yo que no se auto celebre. Cuestionar el principio de memoria, de colección y de pertenencia solicitaba distancia. Y me dio risa probarme que podía usar dos segundas a la vez, como quien se pone un reto absurdo y lo supera para sí misma.

¿Qué significó para vos escribir esa Autobiografía con objetos?

He tenido una vida muy mudada. Ayer contaba y son casi 30 mudanzas. Mi madre se hizo experta en metros cúbicos, de tanto llevar y traer cosas por el océano. Durante años envidié la normalidad de quien vivía en un solo lugar. Me parecía de ciencia ficción quedarse. Irse provoca un relato fragmentado de la propia existencia y un modo de organizar el derrotero fue escribir este libro. Además, era la primera vez que hacía juguete de mí misma. 

Das talleres de escritura. ¿Qué significa para vos el espacio del taller? ¿Qué te aporta como escritora?

Los talleres son mi espacio de socialización del conocimiento, de cruce. Yo doy y recibo, de igual forma. Por otro lado, pruebo lo que estoy trabajando, los disparadores que ofrezco también me apuntan. Lo que estoy leyendo, mis objetos de interés del momento se traducen en conversación con el grupo. El taller es un equipo de trabajo: el que no trae texto tiene que estar muy afilado para conversar, para aportar a lo producido por los demás. Es un trabajo individual y colectivo al mismo tiempo, un laboratorio con otrxs, un modo de exorcizar la soledad de la escritura. Por eso elijo bien a mis talleristas, que son mis cómplices, amigxs, amores. Yo me implico mucho, pero fomento la independencia, también. Suelen armar grupo sin mí, cosa tan saludable. Porque aunque se socializa, me parece indispensable que no dependan sólo de mi opinión. Que se validen entre sí, que sean aparte. 

Actualmente, ¿estás trabajando en algún proyecto?

Siempre estoy trabajando. Y nunca en una sola cosa. No me gusta ser esclava de un proyecto porque a veces se traba y quedaría pedaleando en el aire. Entonces suelo trabajar en dos o tres cosas a la vez. Nunca sé cuál voy a terminar primero, eso me permite mucha libertad, entrar y salir de los archivos, no darles excesiva importancia ni protagonismo, son objetos a medias, gente sin terminar. Por otro lado, soy bastante circular o ciclotímica, según mi estado me siento más cómoda en un texto u otro. Ahora mismo estoy trabajando en tres o cuatro cosas a la vez. Este año, en octubre, sale un libro de cuentos o anticuentos acá en España y he terminado un librito pariente de Autobiografía con objetos que saldrá en un par de años por acá también. En Argentina necesito pensar de nuevo. La experiencia multinacional no me convence. Prefiero apostar por lo independiente, que es donde me siento más cómoda. 

¿Qué libros tenés en la mesita de luz? ¿Tenés hábitos de lectura? 

Hoy tengo más libros que mesita de luz, algunos son propios y otros, traídos de la biblioteca, que es una experiencia que me ocurre desde que llegué a Barcelona. De Buenos Aires traje 30 libros y ahora son unos 200, no más, porque descubrí que no necesito la propiedad, salvo de los que sé que voy a releer. Leo más de lo que mi bolsillo permite y con el asunto de las mudanzas he aprendido a viajar ligera. Sí es verdad que subrayo con lápiz los libros que traigo de la biblioteca aunque no sean míos, mientras voy leyendo, y luego borro para no joder al que viene detrás, pero necesito el gesto, necesito probar esa frase, de alguna manera, al subrayar la hago mía, también saco fotos que luego no sé a qué libro pertenecen, colecciono páginas sueltas. Leo muy salteado, más bien poesía y ensayo, pero también narrativa. Ahora mismo estoy con Ana Blandiana, una poeta rumana, junto a ella, El mar, de Banville. Help a él, de Fogwill, y Anne Carson, a mano, siempre. Todas esas lecturas conforman un solo libro hecho de tensiones entre escrituras disímiles, no soy una lectora respetuosa, soy más bien fluctuante, indisciplinada y muy hambrienta.

Karen Medina es licenciada y profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Le gusta involucrarse en muchos proyectos aunque no tenga tiempo. Se desempeña como docente en el nivel secundario y dicta talleres en diferentes espacios. Es colaboradora de la revista Por el Camino de Puan y trabaja de manera freelance como fotógrafa y en gestión de redes sociales. No puede concentrarse si no escucha música a todo volumen.