13 de junio de 2024

13 de junio de 2024

Hace un tiempo tuve la oportunidad de ver las siguientes producciones artísticas: Mover la lengua, Fiesta en el jardín y Gente x gente. Más tarde tuve el privilegio de hablar con las que dieron vida a estos proyectos y me contaron sus experiencias creativas. En esta nota, tomo como disparador el contenido de las obras mencionadas para reflexionar sobre las relaciones entre literatura y otras artes en el panorama porteño contemporáneo. 

Lo primero que vi fue Mover la lengua, una experiencia un tanto difícil de definir, que no es ni un recital de poesía, ni un espectáculo de danza. Sus creadoras, Maga Cervellera y Martu Kogan, lo consideran un experimento. Según sus propias palabras:

“Martu tuvo una obra: Fecha 5 donde bailó el relato de un partido de fútbol. A partir de un texto que escribió Maga para esa obra, llegamos a una conclusión que después se convirtió en nuestro lema: se puede bailar cualquier cosa. De a poco fuimos desarrollando este concepto. A medida que fue creciendo, surgieron nuevas preguntas, nuevos objetivos. Hoy por hoy no es solo un evento, sino un movimiento, con audiovisuales, talleres, afiches y bolsas, como una manera de extrapolar nuestro lema #sepuedebailarcualquiercosa a otros ámbitos».

Movimiento es una palabra clave para definir este “experimento”. Se presentaron en el MALBA, unas semanas antes estuvieron en el Centro Cultural Recoleta, luego en Tecnópolis y en distintos lugares más. Eso sí, aunque transitan por espacios culturales, los usan de manera peculiar. Por ejemplo, en la experimentación que hicieron en el MALBA no utilizaron un único espacio, sino tres dedicados al tránsito, o sea, no destinados para la exposición del arte. Se los apropiaron, los transformaron y los incluyeron dentro de la obra: “pensamos la propuesta como una investigación. Los espacios donde fuimos haciendo los eventos, las personas que los habitan, les artistas que invitamos le dan forma a la propuesta”.

En el MALBA, citaron al público a las 18:00 en el hall. Cuando llegué, eran las 18:05, y el primer poeta, Gerardo Jorge, decía la última palabra y la bailarina, Jimena González, daba su último movimiento. Lamenté mi impuntualidad, pero por suerte el experimento no terminaba allí. A las 18.30, fuimos trasladades al auditorio. Les espectadores estábamos preparades para que les artistas aparecieran arriba del escenario. Para nuestra sorpresa, Juan Vico recitó su poema debajo del escenario y la bailarina, Florencia, lo bailó allí también. Más tarde, alrededor de las 19.00, fuimos al pasillo de la Sala 2, un lugar sin sillas ni escenario, solo con unos parlantes, una multitud pegada a la pared y un espacio vacío en el medio. Por ahí, la poeta Antonella Saldicco caminó y recitó su poema que abordaba la caminata como un acto potenciador del recuerdo. El bailarín, Ares, danzó alrededor de ella con una expresión corporal que parecía manifestar dolor ante un recuerdo terrible.

Para la última parte, Martina Kogan y Maga Cervellera desplegaron una goma cuadrada sobre el suelo, que funcionaba como ring. La DJ pasaba música y el público bailaba con timidez y saboreaba una copa de Cabernet o de Chardonnay. Bajaron la música. Las creadoras entraron al ring. Maga recitó el manifiesto de Mover la lengua y Martina lo bailó. El texto funcionó como una sinopsis de lo que habíamos experimentado a lo largo de la noche y dio inicio a cuatro rounds. Luego, en ese mismo ring, les poetas y bailarines anotades minutos antes recitaron sus poemas y bailaron. El valor de la poesía como un arte solemne se cuestionó, ya que hasta se bailaron audios de Whatsapp que nos dieron largas carcajadas. 

Podemos decir que cumplieron con su doble objetivo: “Por un lado intentar que la poesía, que es un género que años atrás estaba reservado para unos pocos, llegue a más personas. Y por otro, mostrar que la poesía puede estar en otros lugares […]. ‘lo poético’ como un concepto mucho más asequible a todes”. En ese ring final, les artistas no boxearon entre elles, sino contra aquella tradición que separa de manera tajante (y castradora) literatura y otras artes y que considera el escenario solo para artistas consagrados.

A medida que avanzaba el experimento, diversas preguntas pasaron por mi cabeza: ¿la danza es una interpretación de la lectura del poema?, ¿el poema funciona como una canción que se baila?, ¿se trata de dos artes sincronizadas o un nuevo tipo de arte que utiliza la poesía y el baile como procedimiento? 

No tenía la seguridad de dar una respuesta. La novedad de ver unidas a dos artes usualmente separadas me permitió hacer otras lecturas que al principio fueron expresadas con el cuerpo, no con palabras. Según las creadoras, «Cuando el diálogo entre las personas lectoras y bailarinas se da, les bailarines terminan de completar ese texto. Interpretan todo eso que queda fuera de las palabras. El texto cobra un nuevo sentido”. Sin las restricciones interpretativas impuestas por la tradición literaria, la unión de ambas artes puede generar en la audiencia lecturas con impacto en los cuerpos. ¿Acaso mis vellos erizados ante el poema de Juan Vico y el baile de Florencia podrían considerarse una lectura, una interpretación? 

La literatura no aparece solo en la danza, sino también en el teatro. Tiempo después, tuve la oportunidad de ver Fiesta en el jardín de Mora Monteleone, una obra de teatro que parte de los cuentos de Katherine Mansfield y que en cada función invita a distintes poetas. La fui a ver dos veces: la primera fue en el Centro Cultural San Martín con Rita Hesaynes como poeta invitada; y la segunda, en Timbre 4 con Daniela Ema Aguinsky.

(Aclaración: aunque en este momento la obra no está en cartelera, voy a hablar de ella en presente para “manifestar💫” una temporada más. Igualmente, recomiendo seguir la carrera de Monteleone, ya que en sus realizaciones se nota el interés por estas intersecciones).

La obra trata de la historia de Isabel, una joven que hace una fiesta en su mansión, en las afueras de la ciudad, en la madrugada de Año Nuevo. La fiesta empieza a concluir, pero ella no quiere que sus invitades (poetas que admira mucho) se vayan y la hagan quedarse a solas con su novio y consigo misma. Mientras tanto, hay un rumor de que la vecina envenenó a su esposo, rumor que funciona como paralelismo entre las relaciones envenenadas reflejadas en la obra. Pues, cada une de les personajes maneja un grado de hipocresía que al final Isabel expone. 

Los cuentos de Mansfield que tomó la dramaturga para hacer Fiesta en el jardín son “Felicidad”, “Matrimonio a la moda”, “Una taza de té”, “Veneno” y “Fiesta en el jardín”, entre otros textos. De esos cuentos incluyó situaciones, personajes y algunas escenas, aunque también tuvo en cuenta la obra completa en el momento de creación. Según dice Mora,  “Fiesta en el jardín, el proceso de ensayo y todo lo que hice fue con la mirada de Mansfield sobre mis espaldas. Traté de no traicionarla nunca y de pensar siempre en esa compañía. Tengo el máximo respeto y admiración hacia ella, que es quizás la mejor escritora de la historia”.

El pasado y el presente se mezclan. La generación de jóvenes de principios del siglo pasado que retrata Manfield se fusiona con la generación de jóvenes que retrata esta obra de teatro. Incluso en la escenografía se proyectan escenas audiovisuales de los protagonistas con distinto vestuario: uno que refleja la época de Mansfield y otro más actual, que los personajes usan en el escenario. Los ambientes artísticos parecen no haber cambiado en cien  años, como tampoco las inquietudes y las búsquedas de estas generaciones. Al respecto, Mora dice que “El proceso de creación tiene que ver con la forma en que a mí me resonaba la literatura de Mansfield en el presente y cómo me permitía hacer un retrato crítico sobre mi generación, un retrato crítico que yo quería hacer de una forma teatral”. Este paralelismo entre el panorama artístico de ambas generaciones se potencia con les poetas invitades, que no pasan de los 35 años y que, incluso, en un momento de la obra, recitan algunos poemas de su autoría. Ambas generaciones están disconformes con su presente ya sea porque generan expectativas sobre sí mismos que no pueden cumplir o porque temen un “fracaso” que no es más que impuesto por la sociedad, inmutable a pesar de la aparición de las nuevas tecnologías. 

La mezcla aparece en escena: la mezcla de tiempo, de artes. Estos no se comportan como el agua y el aceite, sino que se seducen, se tocan y se unen, pierden los límites, se transforman sutilmente en otra cosa. En esta combinación de procedimientos de distintos campos (literatura, audiovisuales, teatro) hay un gesto en contra de la autonomía del arte. Cuando Rita Hesaynes y Daniela Aguinsky leyeron sus poemas, ¿la obra se transformó en un recital de poesía? ¿Y sus poemas?, ¿se transformaron en líneas de diálogo de una obra de teatro? 

Esta relación entre actores y poetas se da también por el afán de la dramaturga en acercar los públicos. Según la creadora, “Cualquier persona que conozca los dos mundos ve que son dos mundos que se cruzan poco. El público del teatro no es el mismo público que el de la literatura. También sucede que la gente de la literatura no va al teatro porque lo considera horrible y a veces tiene razón”. Por un lado, el hecho de que haya un poeta en escena y que la obra se trate de los cuentos de Mansfield acercaría a los lectores al teatro. Por otro lado, el escenario y los actores acercarían al público teatral a Mansfield y a los poetas contemporáneos. Mora dice:

“Un porcentaje importante de la gente que hace teatro (actores sobre todo) no es gente que lea. Por otro lado, en las lecturas de poesía, siempre me parecía que faltaba una dimensión escénica o que se descuidaba esta cuestión. Entonces, algo ahí me hizo entender rápidamente qué tan de nicho es la literatura contemporánea, ya que no termina de reunir condiciones espectaculares como para que pueda acercarse al público que no tiene las facilidades de escuchar un texto leído, ya que es poca la gente que puede escuchar eso”. 

La dimensión escénica de los poetas en los recitales de poesía y la lectura literaria por parte de las personas en los ámbitos teatrales potencia la expresión artística y acerca al público a ver, leer, escuchar. 

La última producción artística que vi fue Gente x gente, de Delfina Kavulakian (actriz, directora y productora) y Giuliana Migale Rocco (escritora de Las cosas menores), un proyecto que también piensa la dimensión escénica de las lecturas.

Dos veces fui a ver este ciclo. La primera fue en una edición especial que se hizo en el Centro Cultural Recoleta, en el patio de los naranjos lleno de reposeras, donde hicieron cosas que no suelen hacer: leer solo textos de una editorial (leyeron los diarios publicados por @bosque.energetico) y hacer el evento un fin de semana a la tarde, sin cobrar entrada ni pedir inscripción previa. En esta edición, Nereida leyó partes de Diario de los quince, de I Acevedo; Pablo Sigal leyó Diario de limpieza, de Matías Moscardi; Sofía Brihet leyó Diario de una guardavidas, de Natalia Figueroa Gallardo, y Ailín Salas leyó partes de Diario del inconsciente, de Santiago Loza. 

La segunda vez que fui a verlos se presentaron en el Espacio Cultural San Andrés, donde Carla Quevedo, Carlos Zurita, Estefanía Flórez Bernal, Pilar Renau, Marco Sartorio y Giuliana Migale Rocco prestaron sus textos para que sean interpretados por Camila Pizzo, Flor Sanchez Elia, Laura Casale, Matías Milanese, Fernando Quirno y Delfina Kavulakian, respectivamente. Cerca del final, Victoria Cóccaro leyó una selección de poemas y el evento cerró con la fantástica música de Guillermina Etkin.

 Cuando me enteré de este ciclo, no averigüé mucho más, me guie por el nombre —“Gente que escribe por gente que actúa”— y me imaginé que el evento se trataba de une actore que interpretaba los textos de un escritore de forma exagerada, recitándolos con la gestualidad propia de les actores del cine mudo de Georges Méliès. Sin embargo, muy pero muy lejos estaba mi imaginación. 

Les actores leían y su lectura era con la modulación, el dramatismo y la actuación necesaria que les pedía el texto. Al respecto, las creadoras dicen:

“Trabajamos mucho en el proceso de selección de artistas; el núcleo del proyecto está en el proceso de selección; en la curaduría; en el armado de duplas de escritores y actores que creemos que pueden potenciarse entre sí. Empezamos siempre por les escritores. Intentamos combinar en todas las ediciones artistas emergentes con otres de mediana carrera o consagrades, para fomentar el diálogo intergeneracional y también seguir ampliando los circuitos de circulación de las obras. Lo que más nos viene sorprendiendo es cómo el espacio, además de ser un lugar en el que hay una propuesta escénica, se transformó en un lugar de vinculación entre personas de la audiencia”.

Se trata de potenciar las dos expresiones artísticas y, tal cómo hacen Mover la lengua y Fiesta en el jardín, se busca unir los círculos y ampliar los circuitos.

Desde ya, una puede llegar a preguntarse por qué el escritor no lee su texto, cuál es la necesidad de que une actore preste su voz. Es una pregunta que las creadoras no dejan de pensar: “Siempre decimos que un texto en la voz de otre se modifica y en todos los ciclos lo confirmamos. Hay algo de prestar el texto, de la generosidad del actor o la actriz cuando lo lee, y de la magia que se produce en ese intercambio que nos hace creer cada vez más en la importancia de este cruce”. Este cruce no implica mezcla, implica la conciencia de que lo literario y lo escénico se atraviesan e influencian, implica asumir que la literatura puede tener otras relaciones con lecturas manifestadas por otras artes, con lecturas literarias de otras artes.

Al igual que Mover la lengua y Fiesta en el jardín, el interés también está en la relación que hay entre artistas y público. Delfina y Giuliana dicen que

“En general, la literatura se piensa como una actividad individual, pero el ciclo nos confirma cada vez que la literatura está, en realidad, en el encuentro con la persona lectora. Lo más interesante, para nosotras, es que los textos de les autores se encuentren con posibles lectores antes de ser publicados. Y que les lectores puedan ser parte de ese proceso de creación también”.

Es que quizás las expresiones artísticas se comportan como un rizoma (en términos de Deleuze y Guattari) y, por lo tanto, les autores no son el Dios creador del cielo y de la tierra, sino un elemento más que influye en el objeto artístico.

En el lema “las palabras tienen cuerpo” de Mover la lengua, la autonomía de las artes se desmorona, como también el rol de creador atribuido a la persona autoral. Lo poético puede aparecer en una danza, en una obra de teatro o en un recital de poesía. Lo sensible no tiene una relación monogámica con ningún arte.

Crédito de la imagen: Adaptada de MALBA, Infobae, Gente x gente

Laura Bustamante nació en una hora exacta: a las 18 h de un 25 de febrero de 1993. Esta exactitud no le sirvió para nada, ni siquiera para hacerse una carta astral, puesto que no cree en la astrología. Típico de Piscis.
Estudió Fotografía en la FADU y Manejo de Cámara y Guion en IDAC. En el 2017, participó en la clínica de cuentos dirigida por Gustavo Nielsen y en el 2019 en el taller literario de Inés Fernández Moreno. En el 2021, fue parte del comité editorial del número 4 de Por el Camino de Puan. Su cuento “Kurepís” y su poema “Última carta” fueron publicados en el número 4 y 5 de la revista, respectivamente.
En la actualidad, convive con sus amores: cuatro gatxs y un humano. Estudia Letras en la UBA, Artes Audiovisuales en la UNA y se perfecciona como UX writer. Es coordinadora de la revista digital de Por el Camino de Puan, correctora en la editorial independiente Birna y editora en la Universidad Internacional de La Rioja (España).